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Marshal Law: Miedo y asco, o cómo acabar de una vez por todas con los superhéroes.

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ECC ha recuperado en un volumen único la mítica primera serie del Marshal Law de Pat Mills y Kevin O’Neill: Miedo y asco. El recuerdo de aquel salvaje alegato contra los superhéroes me llevó directamente a la estantería para localizar, de nuevo, la anterior e inencontrable primera edición en castellano, que sacó Forum en 1991 como estreno por aquí del sello Epic que también la amparó en su publicación original. Era 1987 y corrían tiempos de ruptura en el mercado y la industria del tebeo de superhéroes norteamericano. Un año antes habían visto la luz el Watchmen de Gibbons y Alan Moore y el Dark Knight Returns de Frank Miller, con sus contenidos adultos y oscuros; y quizá sea esta fábula violenta, una bofetada cargada de ironía y mala leche contra el superhombre popular, la tercera pata sobre lo que se construyó lo que estaba por venir, para lo bueno y para lo malo.

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El sello Epic nació en el seno de la Marvel de 1982 para permitir que la propiedad de lo publicado bajo su manto fuera propiedad de sus autores y, de paso, dejar a un lado el sello del Comic Code y dar paso a contenidos explícitos, y para explícito y subversivo Marshal Law, que al fin y al cabo era hijo directo del tebeo inglés y no de la tradición estadounidense, punta de lanza de lo que luego sería etiquetado de segunda invasión británica con Alan Moore, Gaiman, Milligan o Morrison sustituyendo (con distancia) a los Beatles y los Stones. No suele citarse a Pat Mills, seguramente porque su viaje fue de ida y vuelta. Pat Mills fue el primer editor de 2000 AD, el semanario británico que añadía espíritu punk a la tradición de héroes bizarros de la IPC/Fleetway (Zarpa de Acero, Spider, Mytek), y en sus páginas participó activamente en la creación del Juez Dredd (aunque el mérito se suele atribuir a John Wagner en exclusiva) además de escribir los guiones de Slaine, una fantasía heroica que los lápices de Simon Bisley hicieron famosa. Por su parte, Kevin O’Neill estuvo en 2000 AD desde el principio y nunca en primera línea, y su nombre va unido a un trabajo más cercano en el tiempo: La Liga de los caballeros extraordinarios que viene desarrollando con Alan Moore desde hace más de una década.

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Marshal Law tiene mucho que ver con el Juez Dredd. Como éste es una parodia del fascismo que no entiende de separación de poderes y se erige en juez, jurado y ejecutor, aunque a diferencia del policía de Megacity, que reparte ley en una gran urbe distópica, Marshal Law hace lo propio con un grupo muy concreto y multicolor: los superhéroes. Hay mucha rabia y mala leche al respecto, en parte porque como ingleses sus autores son ajenos a esa cultura y han visto los toros más desde la barrera, lejos de la fascinación. En el mundo de Marshal Law los superhombres son hijos de drogas gubernamentales y la mayoría excombatientes de una especie de Vietnam sudamericano. Como experimento militar son fallidos, pero su colorido sigue siendo útil para distraer a las masas; el poder los envilece y ciega y ahí está Marshal Law para mantenerlos en orden y vengar sus desmanes con sangre. El personaje es poderoso en su diseño, que combina sadomasoquismo y cuero gay en una especie de versión de pesadilla salida de los rincones más oscuros de Village People.

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Leído hoy, Marshal Law se muestra una obra de construcción algo atropellada, no está de más avisarlo, porque su energía es hija de la mugre y la furia punk. Busca blasfemar al género y se recrea en el derribo de arquetipos como Superman o Wonder Woman. Hay psicópatas con complejo de Edipo, violencia explícita y un mundo en ruinas lleno de pintadas y mensajes subversivos, empezando por ese Miedo y Asco (Fear and Loathing) que luce el protagonista en referencia directa al miedo y asco de Hunter S. Thompson (toda una declaración de intenciones). También es cierto que 25 años después parte de su actitud gamberra se diluye porque nos hemos acostumbrado a este tipo de arrebatos, a estas aproximaciones desde el odio o el derribo. Sin ir más lejos, releer ahora Marshall Law deja un poco en evidencia a The Boys de Garth Ennis porque lo que cuenta es más o menos lo mismo: un sistema político que utiliza superhéroes enloquecidos, un orden paralelo lleno de venganza para mantenerlos a raya, y perversiones sin límite. The Boys es más grueso y diáfano, nada sútil, mientras Marshal Law aporta el grafismo esquinado, medio estático, abigarrado y demente de un Kevin O’Neill desatado. Un universo lleno de supertipos feos y ridículos, de hipertrofia y monstruosidad, que bebe de tradiciones ajenas al género (José Muñoz, Josep Mª Beà). Esa es otra de sus virtudes, que su estilo de dibujo fuera tan radical como historia e intenciones.

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